Hoy es uno de esos días en lo que me siento que estoy cayendo bajo, prácticamente al fondo del pozo, de esos que nos ves el fin del fondo ni tampoco una escalera de escape. Por mucho que pido ayuda, solo encuentro pies que pisan mis manos cuando estoy escalando un pequeño peldaño para alcanzar la luz superior. Durante escribo estas líneas, mi Apple Watch me aviso de que estoy en 115 pulsaciones en reposo, mientras noto que me falta el aire. Pero eso no le importa a nadie, lo importante es que esté a las 07:30 en mi puesto de trabajo.
La salud mental es algo que está muy bien visto cuando alguien es famoso o relevante, pero no para el trabajo ni para aquellos que solo te conocen de oídas. Para ellos solo puedes ser un número ya inservible. Me ha tocado vivirlo en primera persona y no una, ni dos, ni tres veces. Por desgracia, es algo que ya podría catalogar como la norma establecida.
La frustación de pedir ayuda, ver como me la deniegan y como a otros compañeros o amigos le tienden la mano. ¿La razón? Bueno, hay una parte oficial y otra extraoficial. La extraoficial solo queda a nivel interno, la versión bonita y bien justificada es la que queda de cara al público y por supuesto, de las grandes esferas de la empresa en la que trabajo.
Despedidas forzosas durante 5 años y medio
Escribo estas líneas en la línea de RENFE con conexión San Fernando (Cádiz) dirección a Madrid Puerta de Atocha tras despedirme de mi mujer y mis dos hijas con ojos brillosos mientras me decían ¿con quién jugaré ahora a los juegos de mesa? Puede parecer una frase al vuelo para darle más dramatismo, pero puedo asegurar que las situaciones dramáticas prefiero guardármelas para mi (al menos por le momento).
Escribir y las pastillitas chicas son las que me ayudan a sobrellevar estas horas de tren hasta llegar a mi destino semanal, mientras escucho algo de música en unos auriculares de cancelación de ruido para evitar contaminarme con historias que no me interesan de los otros viajes. Duro, se hace duro al echar la vista hacia atrás y ver como has visto a tus hijas 8 días al mes durante cinco años y medio por la decisión de alguien que solo te ve como un número para enviarte forzoso fuera de casa.
Borradores sin publicar
Todavía no estoy seguro de subir esta publicación, una publicación muy resumida de todos los borradores que he estado escribiendo durante los trayectos en el ALVIA y por supuesto, en aquellos días de soledad en la camareta donde me alojo. Es tal el nivel de soledad y la falta de querer salir al mundo cuando e n mi mundo interior que tengo problemas al hablar cuando llega los viernes por la noche, llego a casa y le cuento las novedades a mi mujer. Me quedo sin voz. Literalmente.
Durante varios años, he producido varios podcasts, donde hablaba durante horas sin problemas, pero ahora, mis cuerdas vocales están desentrenadas. 10 minutos de conversación continuada es una tortura, no por la temática, es que literalmente me quedo sin voz. Puede parecer una exageración. Ojalá lo fuese. Como puede verse en la imagen de esta publicación, me encuentro con mi iPad escribiendo con el brillo al mínimo para evitar miradas ajenas.
Antes de llegar a la próxima parada (Jerez) y se complete el coche (vagón) finalizo este pequeño resumen, del cual creo que me voy a envalentonar y escribir cada vez más detallando sucesos. Esto no solo me liberará, también hará que cada uno saque sus propias conclusiones para decidir si hay derecho a vivir esta situación. Ya te adelanto que no, al menos a todas las personas que les he comentado esta situación y la nula ayuda por parte de la empresa en la que trabajo desde hace 18 años.
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